+ Y después supe, o creí saber.

Con una tiza y una figurita de angelito pensativo, una sonrisa dulce de maestra que me puso un “muy bien” en los boletines de primaria, un confite de menta y unos dientes que el ratón Perez me pagó con un peso (que para esos años, era mucho), con el olor a perfume de mi mamá contándonos a mi hermano y a mí un cuento por la noche para que me pueda dormir… con todo eso hice mi infancia. Con un rouge a escondidas coloreando mi boca, con una carta de un chico enamoradizo, con un vestido negro con volados, con unas ganas locas de que me dejen ir a la fiesta de la primavera, con un cuaderno en el que anoto los versos y frases que tanto me gustan, con ganas de llorar por cualquier tontería pasajera y de reírme también sin saber por que motivo, con muchos signos de preguntas dándome vueltas sin atreverme a pedir respuestas, con mucho miedo de crecer, con mucho miedo de sufrir y equivocarme. Con todo eso estoy haciendo mi adolescencia. Con gestos, con sonrisas, con palabras, con encuentros. Con pensamientos gemelos y charlas trasnochadas hice de mis amigos un escudo para defenderme de la soledad.

 Y crecí. Amé. Fui amada. Descubrí que el amor es lo importante. Que sin él, no vale la pena ni siquiera despertarse a la mañana. Y que el amor es un poco de todas las cosas que parece no tener importancia… y valen tanto. Soy alguien que puede decir : “ Viví, hice una vida plena y total con un poco de todo. Lo importante es que fui feliz. Lo otro no cuenta, no cuenta… hay que dejar de recordarlo”

Estamos obligados a olvidarlo.